No nos equivoquemos. Cuando una manifestación de protesta legal y lícita consigue congestionar el tráfico de una gran parte de la ciudad, un análisis medianamente sensato concluye en que hay una sobrepoblación de automóviles o, de lo contrario, que las calles no están preparadas para esta invasión motorizada.
Cualquier responsabilidad que se le adjudique a la manifestación en sí debe considerarse, cuando menos, de interesada. Como interesada es la intención de desplazar estas manifestaciones al extrarradio de la caja de resonancia, como es el centro de la ciudad, objetivo natural de este tipo de actos; y, sin embargo, permanecer mudas ante las periódicas congestiones de tráfico producidas por los aparentes verdaderos eventos sociales que se realizan en el estadio Bernabéu.
Es necesario aclarar ciertos conceptos que actualmente se confunden. La calle, además de ser un lugar de paso por excelencia, también lo es de esparcimiento, de contacto, de información, de protesta, y su posesión, desde siempre, ha sido un símbolo de expresión de control sobre la ciudad.
Sin embargo, los planificadores del tráfico sólo han potenciado su carácter de vía de transporte rodado en detrimento del resto, cediendo alegremente el espacio público al automovilista, convirtiendo la calle de espacio po4ifuncional en un elemento especializado.
Minoría
Planificación a todas luces sectaria que redunda en su criterio social por cuanto sólo ha favorecido a una población actualmente minoritaria -uno de cada cuatro españoles posee un medio de locomoción motorizado propio-, mientras que el 75 % restante: niños, ancianos, amas de casa, impedidos físicos, gente de escasos recursos, etcétera, sociedad de segunda categoría, sin acceso al poder y con escaso poder de convocatoria, debe supeditarse a las sabias decisiones de sus representantes en la Administra65ri, sin comérselo ni bebérselo.
Nuestra asociación no pretende hacer una crítica a la utilización racional del automóvil privado, pero qué duda cabe que este artefacto, que en su origen fue considerado como una herramienta vital de trabajo, y que no fue otra cosa que un producto más de nuestra sociedad de consumo, paradójicamente, hoy por hoy, es el único responsable del anormal movimiento de la ciudad, a la vez que un peligroso elemento claramente agresor y un importante manantial de contaminación química y acústica.
Por eso, cuando el Ayuntamiento de Madrid parece despertar de un largo sueño, al menos este área, imponiendo severidad en el cumplimiento de la ORA y preparando su ampliación al resto del núcleo urbano nos alegramos, e incitamos a esto organismo a meditar sobre otra: muchas decisiones que pueden certeramente resolver el problema de tráfico que padecemos.
Por nombrar algunas: creación de nuevas vías peatonales, sobre todo de bicicletas, restricción del acceso de automóviles particulares en las áreas céntricas, creación de un mayor numero de parques municipales de estacionamiento y, obviamente, un planteamiento sobre el muy deficiente servicio de locomoción colectiva, el cual debe tender a la gratuidad en vez de hipervalorar su servicio, considerar a los minusválidos entre sus usuarios y, en el caso particular de la EMT, mejorar la distribución de sus líneas, ya que la mayoría de éstas son de carácter radial hacia el casco metropolitano, con una escasa comunicación entre las zonas periféricas, que cobijan una gran masa de la población, mayoritariamente clase obrera.
Apelamos al sentido de la responsabilidad de las autoridades pertinentes hacia la totalidad de sus contribuyentes, para que, definitivamente, tomen cartas en un problema que se proyecta cada vez más acusado.
Y apelamos también, cómo no, a la sensatez del usuario de la calle, apelamos a su impulso consumista -en el año 1986 se matricularon 900.000 automóviles en el país-, que ha logrado que los coches no le dejen ver la calle.
Elena Díaz Casero es profesora de instituto, e Iván Petrovich Ursic es ingeniero químico, miembros de la Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza (Aedenat).
Tribuna El País