sábado, 14 de diciembre de 2024

Homenaje a Ladislao Martínez a los 10 años de su muerte



Han pasado ya diez años de la muerte de Ladislao Martínez, pero, para aquéllos que compartimos su andadura en el movimiento ecologista y la complicidad que proporciona trabajar juntos por la misma causa, sigue estando vivo en nuestro recuerdo.

Ladis se inició en el ecologismo a principios de los años 80, cuando un grupo de compañeros de la Facultad de Químicas de Madrid, que se llamaban el “Colectivo Cero” entra en la comisión de energía de AEPDEN, el principal y más activo grupo de Madrid. Muy pronto, con motivo de la participación en la comisión Anti-OTAN, se explicitaron dentro del grupo las dos tendencias en las que, por aquel entonces, se expresaba la defensa de la Naturaleza, el conservacionismo y el ecologismo político. Las diferencias de opinión acabaron en ruptura en 1985 y propiciaron la formación de AEDENAT, en la que participaron la comisión de energía y también activistas de otras comisiones y en cuyo local se reunirá hasta su disolución la comisión Anti-OTAN de Madrid.

Una herencia importante que nos dejó fue su rigor científico. En las luchas en las que participó como protagonista, esencialmente en temas de energía, cambio climático y agua, acompañaba la movilización social con un conocimiento exhaustivo del tema: se leía todos los informes técnicos, conocía el funcionamiento de las centrales, las leyes y normativas estatales, las noticias, la situación en la UE y en el mundo... hasta el punto de no encontrar ningún gabinete técnico que pudiera rebatir sus conclusiones; y procesaba toda esta información en clave ecologista, en defensa de la campaña concreta que tuviéramos entre manos. Ladis practicó como nadie el principio ecologista de “actuar localmente y pensar globalmente”. Este rigor científico, una de las señas de identidad del ecologismo, ha contribuido en buena manera al prestigio del que el ecologismo goza en la sociedad y ha extendido nuestra influencia más allá de lo que podíamos imaginar el reducido grupo de activistas que somos.

Por otra parte, el rigor de sus planteamientos no excluía la acción, sino que era siempre un medio para la movilización social. Entendía la acción ecologista como una parte de un cambio global, que necesitaba de otros actores. En todos los temas que trató, buscó siempre la implicación de otros grupos ecologistas, pero también sindicatos, asociaciones vecinales, partidos, … y de todo hijo de vecino que quisiera sumarse o a quien convencía para que se sumara, como una forma de extender las ideas y las luchas ecologistas a toda la sociedad. Los cientos de documentos que nos ha dejado: folletos, convocatorias, notas de prensa, jornadas, informes, etc., realizadas conjuntamente con otros actores sociales y políticos así lo atestiguan. Concebía la acción ecologista como una acción política y buscaba que los partidos de izquierda asumieran como suyos los problemas ambientales, lo que le llevó a entrar primero en IU, después en Izquierda Anticapitalista y por último en Podemos.

Ladislao era un “animal político” y hubiera sido un excelente parlamentario, defendiendo como él sabía las opciones ecologistas. Su manera de discutir, apasionada, de ir a degüello (dialécticamente hablando) del adversario, aplastándole con datos y argumentos, hubiera insuflado vida en un Parlamento, hoy convertido en una representación hueca de sí mismo, sin contacto con la realidad.

Ladislao también tuvo un papel importante en la unificación del movimiento ecologista, en aquel entonces disperso y formado en su mayoría por pequeños grupos locales, en una organización estatal, para dotarlo de herramientas que permitieran aumentar su capacidad de acción y su influencia social.

A principios de los años 90 los intentos de unificación habían resultado en vano, tras el fracaso de la CAME (coordinadora asamblearia del movimiento ecologista), que no eran más que una reunión anual de grupos. AEDENAT, que ya había creado la FOE (federación de 50 grupos con el mismo nombre) dirigió una carta a la CEAN, afirmando que abandonaba la CAME y planteando que se integraran todos en la CODA como comisión de energía, cosa que hicieron. La CEAN (Coordinadora Estatal Antinuclear), en la que Ladis jugaba un papel importante, había sido la coordinadora más estable y efectiva del movimiento desde su creación en 1978. Se reunía cada tres meses, se intercambiaban información, hacían campañas conjuntas, compartían ideas y habían creado lazos de compañerismo y confianza, que fueron esenciales para la integración.

Él y José Luis García Cano fueron los principales promotores de la iniciativa de crear una confederación ecologista, formada de abajo a arriba, partiendo de la unión de grupos locales, que se organizaron en federaciones autonómicas, para culminar en la creación de una confederación de ámbito estatal. En esta tarea no dudó en viajar hasta el último rincón para, con su implacable lógica y su verbo brillante, convencer a todos de la necesidad y las ventajas que para la lucha ecologista tendría la unificación. Desde luego que ésta fue posible gracias a la acción colectiva de muchos compañeros y compañeras que apostaron por ello y se pusieron manos a la obra, pero Ladis fue uno de los más importantes artífices de la aparición en diciembre de 1998 de Ecologistas en Acción.

Su muerte -se suicidó- nos recuerda nuestra propia fragilidad. Hasta una mente tan poderosa como la suya, puede quebrarse en cualquier momento y dejar de funcionar como solía. Hasta una voluntad tan fuerte como la suya puede doblegarse a las pulsiones incontrolables de la vida. También es una metáfora de la fragilidad de la vida, esa prodigiosa red de organismos interconectados que habita nuestro planeta de la que formamos parte, también puede dejar de resistir la presión a la que la sometemos y quebrarse por su parte más débil.
 

Elena Díaz Casero